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sábado, 19 de diciembre de 2015

Sobre el nacimiento de Homo vespa

Incluso yo, cuando niño, era tierno. Al menos eso es lo que cuenta mi madre. Con un morbo por los documentales con insectos copulando y una decepción porque el Lobo nunca se comía a Caperucita, siempre preferí la ternura de Allan Poe. Después de los gatos amurallados y los orangutanes asesinos, las avispas endoparásitas fueron mis criaturas favoritas. No me sedujo la belleza de su talle ni su sofisticado sistema de comunicación ni siquiera su colorido remolino de agresividad. Mis afectos se fundaron más bien en una intimidad revolucionaria, en una afinidad subversiva. Las avispas endoparásitas tienen la bella costumbre de atacar la cursilería de las orugas, inmovilizarlas con su veneno y depositar en sus entrañas racimos de inocencia en forma de huevos. Las larvas crecen, se alimentan de la sangre transparente y consumen poco a poco a la simpática oruguita. 

No es difícil imaginarlo. En un súbito mareo, la oruga camina retorciéndose sin entender: como un eco de sus vísceras una multitud ardorosa le sopla la nuca. Inmóvil y desesperada, la oruga siente el latido, el escándalo, el clamor de decenas de larvas que como niños obesos emergen de su piel. La malograda aspirante a mariposa no sobrevive a los agujeritos por los que se le escapan linfa y aliento. Homo vespa hace referencia a esta dulce historia de la edad de oro. Homo se utiliza para denotar a la especie humana, vespa significa avispa en latín. Atacar al sistema desde dentro, dinamitar la poesía, la filosofía, la política, el amor. Me gusta la idea...





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